Por: Blanca Gonzales
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Basílica Catedral de Piura (Foto: Yo Soy Piura) |
Hoy Piura cumple 490 años de su fundación, un proceso largo recorrido a pasos cortos y llevando al surgimiento de la primera ciudad hispánica en el Pacifico Sur. Una historia que nos remonta al inicio de un pueblo con un legado histórico y cultural rico e inigualable.
Sobre la historia de la fundación no hay muchos libros ni tantos vestigios como quisiéramos y lo poco que se sabe puede ser confuso. Sin embargo, hay un punto de partida que comienza con Francisco Pizarro, quien fundó en 1532 la ciudad de San Miguel en Tangarara, la primera en el Pacífico Sur y que no llego a completarse debido a su condición perjudicial que afecto su desarrollo. Por tal razón, en 1534 Almagro se traslada de ese lugar a uno ubicado en las estribaciones del cerro Pilán en un sitio denominado Pirua del que posteriormente surge el nombre de Piura.
Es un hecho que la colonización hispánica inició en Piura La Vieja, lugar cuya naturaleza enfermiza era dañina para los pobladores de aquella tierra, llevándolos en 1570 a abandonarla y trasladarse a Paita en busca de una mejor vida que en efecto no se dio, porque los piuranos se encontraron con una realidad totalmente desventajosa por el oneroso esfuerzo para conseguir agua, la falta de leña, escases de sembríos y los constantes acosos de corsarios y piratas.
Ante ello, “los vecinos solicitaron al Virrey don Fernando Torres de Portugal Conde del Villar don Pardo su traslado a un nuevo lugar a inmediaciones de la presa de Tacalá donde dispuso el Capitán Juan y Cadalso y Salazar su fundación y asiento definitivo un 15 de agosto de 1588”.
Esta nueva Piura estaría conformada por la plaza pública, la iglesia, al frente el cabildo, la justicia y la cárcel a un extremo el hospital Betlemítico y los terrenos de los vecinos. Junto con ello un pueblo de piuranos costumbristas, hábiles e inteligentes sin necesidad de haber pisado una escuela, un pueblo con una valiosa riqueza y capital humano que demuestra la potencialidad de ser un tesoro infaltable del Perú.
Una Piura que tiene vocación de grandeza, que puede ser mejor de lo que es ahora y que necesita de autoridades competentes, y no de sartas de rateros, para alcanzar su máximo esplendor en calidad de vida, de política y no politiquería, de economía y, sobre todo, de progreso.
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